Hace tiempo ya que tengo la idea de ir a conocer Colombia, un país que me fascina desde años, desde que conocí a la obra de Gabriel García Márquez, o todavía más allá en el pasado, cuando pequeño veía la bolsita de café con esa imagen muy conocida, el cafetero con su burro que indica que el café viene de Colombia. Como ese café, que casi nunca tomo porque me duele las articulaciones y me torna nervioso, veía Colombia como algo ajeno, demasiado lejos, algo para los otros, los grandes que beben café. Una suerte de corazón escondido, inalcanzable de América latina.
Hace un poco más de un año, conocí a dos chicas que nacieron allá, en una ciudad que todos dicen muy bonita, en las montañas. Allá se cultiva café y muchas otras cosas, se habla de usted hasta con los amigos y la familia, se usan jergas que no entiendo. Fue una casi-casualidad. Por dos días las hospedé en mi departamiento mientras buscaban el suyo propio en Montreal.
Me acuerdo de detalles estúpidos de una de ellas. El color de su cinturón, cuál teléfono celular tenía, las primeras palabras que dijo. Siempre es difícil dar una vuelta atrás en mis recuerdos sin encontrarlos diferentes, más claros y llenos de significado que lo sucedido. Los recuerdos son como metal en polvo cuando uno le acerca un imán: primero desordenados, caóticos, para luego organizarse en esas lineas bien claras que son nuestra vida. Pero esta vez fue una de las pocas veces que sí me sentí totalmente presente, grabando en mi memoria los pequeños momentos con ella, atento, como un niño que quiere impresionar.
Durante meses, estuve hablando con ella, viéndola cuando podía, buscándola en la Red. Aprendí poco de ella, talvez por buscar demasiado. Desde el inicio, nuestra forma de ser juntos fue conflictiva, y ahora, viendo todo eso desde otro lugar, me parece que fue culpa mía. ¿Cuántas veces la regañé por no hablar bastante conmigo, por ignorarme? Como si estuviera exigiendo eso de mis amigos... no, me bastan sus presencias a mi lado, compañeros de camino. No hubiera debido pedir más que lo que me daba, más bien estar feliz por cada pequeño regalo que era estar con ella. Mi fascinación por ella, entonces, se había transformado en amor. Creo que así se le llama al acto de pensar mucho en alguién cuando pocos hechos concretos justifican tal interés, que sean actividades, conversaciones, recuerdos en común.
Estaba corriendo atrás de un sueño que yo mismo había creado, con mi propia soledad. No que ella fuera una persona culquiera cuando uno la mira con objetividad, si tal cosa se puede con sere humanos. Sé que nunca olvidaré su mirada, su voz tranquila, su forma de ser tan fascinante, tan distante de la mía. Talvez que esa amistad, por no ser equilibrada, por esconder más por mi parte, no era viable, no era sincera.
Ahora no hablaremos más. Por primera vez de mi vida, decidí acabar con formalidad y tratando de explicarlo lo mejor que podía una amistad que me hacía sufrir. De ahora adelante, no sé más adonde iré; mi vida volvió a ser un caos a veces terrible, a veces maravilloso, de pequeños recuerdos, momentos buenos y malos. Por algún tiempo, sé que los seguiré viviendo pensando en alguién, sin querer admitirlo. Espero que la vida siga cambiándome, llevándome a lugares y personas desconocidos, a sentimientos tan fuertes que por alñgún tiempo serán como mundos enteros en mí. También espero, y sé que talvez no lo debería, ver a esa chica cuando puedamos ambos medir y aceptar toda la distancia, llena de misterios y de descubrimientos, que hay entre nosotros.
En diciembre, me voy a Colombia, por lo menos un mes. Iré solo, a visitar algunos amigos que no ví desde años. Por cierto, será muy diferente de todo lo que me imaginé. ¡A ver si me quedo!
mercredi 22 juillet 2009
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